La práctica de la arquitectura
siempre se ha enriquecido de un diálogo entre la tradición y la modernidad, entre
lo consolidado y lo nuevo. Este dialéctica, además de consolidar los conceptos
más inmutables y universales de la práctica proyectual, permite comprender que
nuestros problemas han sido siempre más o menos los mismos. Siempre buscar un
lugar donde resguardarse, donde vivir, donde disfrutar o donde relacionarnos. A
pesar de que la sociedad se transforme y sus valores se modifiquen de
generación en generación, la realidad humana sigue siendo la misma. Da igual
que el mayor logro tecnológico del momento sea la bombilla o el GPS, la arquitectura
ha sabido detectar siempre unos síntomas latentes en nuestra sociedad durante
años.
La virtud de un mundo tan
informatizado y conectado es quizás que, a golpe de click y con curiosidad se puede bucear en las miles de soluciones que
otros, más sabios, más formados y también más viejos resolvieron con gran
acierto hace años. Lo realmente genial sucede cuando estas soluciones,
impecables y elocuentes, pueden ser aplicadas más allá incluso del campo para
el que fueron diseñadas. Esto me sucedió hace algunos días cuando, investigando
para mi Proyecto Fin de Carrera descubrí este proyecto de Renzo Piano de 1979,
Otranto Urban Regeneration Workshop.